El primer círculo de silencio tras el verano invita a reflexionar sobre la acogida y nuestra respuesta ante esta realidad.
En Cáritas consideramos que las personas refugiadas son una oportunidad para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, un país más solidario y un mundo más fraterno. Se trata no sólo de acoger, sino de integrar y esto requerirá por parte de todos no sólo una acogida generosa, sino una intervención planificada y desarrollada a largo plazo.
Los números son abrumadores: más de 300.000 personas han arriesgado sus vidas para llegar a Europa en 2015 y han muerto ya más de 2.500 personas. No podemos permitir que la repetición de los hechos acabe anestesiándonos ante este grave crimen contra la humanidad.
Lo que está ocurriendo hoy día no es solo una crisis humanitaria o una crisis de refugiados, es la consecuencia de políticas de cooperación para el desarrollo nulas, que olvidan que detrás de la decisión de abandonar una casa, un trabajo, y una vida hay una causa de expulsión: guerras, el cambio climático, la falta de oportunidades… Y también olvida que las personas que migran, los refugiados, son personas a las que hay que proteger y garantizar sus derechos humanos.
El fracaso de Europa ante esta situación no sólo prolonga de manera innecesaria el sufrimiento de los refugiados bloqueados en diferentes fronteras a lo largo de la ruta de los Balcanes, sino que también pone en peligro la esencia misma de Europa como un proyecto común basado en la solidaridad, la democracia y la libertad.
Es el momento de abordar el reto de reconocer al otro no como un invasor sino como a un igual, con los mismos derechos.