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Espacio Verde: Santo Tomé, el paraíso donde la miseria camina

23 octubre, 2024

En el espacio verde de este octubre, nuestra voluntaria y periodista Esther Sanchez comparte sus reflexiones sobre su reciente viaje a Santo Tomé y Príncipe. Un pequeño paraíso tropical en el Golfo de Guinea, que contrasta con la difícil realidad en la que viven sus habitantes.

“Tras mi paso por Santo Tomé, me resulta difícil resumir, y sobre todo valorar, lo que allí he visto y vivido. Por eso me he ‘apropiado’ de una frase de un poeta local ya fallecido, Tomás Medeiros, recogida en una ‘Antología temática de poesía africana’ (Mario de Andrade), que se refiere a Santo Tomé como ‘la isla riqueza donde la miseria camina’.

Y pienso que esta es la definición que mejor resume la realidad de uno de los países más pequeños y pobres del mundo.

Lo primero que te atrapa son los increíbles paisajes que ofrece la selva; interminables recorridos por sugerentes playas perfiladas por palmeras; la luminosa transparencia del mar; caminos sin asfaltar que siempre guardan una sorpresa final… las islas paraíso, que ven los turistas. Un maravilloso espacio para cobijo y sustento al hombre, donde todo estaba pensado para que se produjera el equilibrio.

Pero la realidad es otra. En la isla riqueza no hay término medio. La miseria camina por Malanza, Porta Alegre, Neves, o los extrarradios del mismo Santo Tomé: Almas, Santana, Blu-blu… Si recorres la isla, todo son contrastes. Los caminos/carreteras discurren por medio de los espacios elegidos para vivir, que no son más que construcciones de uralita, madera y trapos, donde es difícil intuir unas mínimas condiciones de habitabilidad occidental. Sin embargo, la vida discurre con “normalidad”: muchas motos con estampas insólitas; vehículos de transporte colectivo atiborrados; mujeres con su carga a la cabeza o los niños atados a su espalda; niños correteando, que saludan con una sonrisa a los “blancos” que circulan en coche… No puedes cerrar los ojos, porque los perros famélicos invaden la carretera y piensas que eso es lo único que diferencia a estos animales de los humanos, que bordean los caminos, igualmente abandonados a su suerte.

Es como si durante estos XXI siglos, el tiempo no hubiera transcurrido igual para todos. Mientras la población local vive entre chapas de uralita, tablas de madera y barro, algunos emprendedores han construido complejos turísticos con todos los servicios. Los resorts proporcionan empleo a personal local, siempre de modales exquisitos, que cuando acaba su jornada, vive en palafitos de chapa y madera, en un mismo espacio donde conviven las personas con cerdos y gallinas, igualmente desnutridos.

La absurda sociedad de consumo occidental puede resultar hasta extravagante, cuando te informan de que en algunos de estos bungalows no hay agua caliente y recuerdas que te han contado que en el sur de Santo Tomé no hay agua corriente. Todo lo hacen en el río, todo, y son extraordinariamente limpios. Las mujeres extienden la colada al sol y friegan los platos, bañan a los pequeños… La corriente del mar “depurará” las aguas para el siguiente uso.

Las antiguas plantaciones de café, cacao y caña de azúcar, roças”, son solo el esqueleto miserable de una forma de vida, que incluso podía tener sentido si hubieran estado inspiradas en el respeto por el ser humano.

Las casas de los patrones, las escuelas o los “hospitales” donde se trataba a los esclavos, han sido ocupadas por un indeterminado número de familias. El decorado es el mismo: cartones, chapas, trapos, paredes desconchadas, barro… miseria. A escasos kilómetros de la ciudad, en una pequeña playa, un apenas apreciable montón de rocas marca la diferencia entre todos los servicios de un resot de lujo y la realidad de las canoas varadas y los niños jugando con tablas y neumáticos fuera de servicio.

Estas islas parecen arrastrar un desgraciado pasado de tráfico de esclavos, trabajos forzados, abandono y mala gestión de sus grandes riquezas naturales: caña de azúcar, café, cacao, vainilla, cocos… y reciben al turista indiferentes al mostrar su precaria forma de vida, quizás aliviados por tener un techo.

Impresiona recordar las imágenes que hemos visto en las pantallas y compararlas con la realidad; impresiona comprobar cómo la pobreza, la ignorancia y el abandono puede arrastrarlo todo hacia atrás en el tiempo. Es como si estás islas estuvieran condenadas a repetir su pasado. En el siglo XVI, la única divisa de que disponía el país eran los hombres. Hoy, la sociedad avanzada sigue cometiendo injusticias con ellos.

Resulta difícil ‘digerir’ un viaje de estas características. ¿Qué se hace después de vivir una experiencia así?”

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