El presidente de Cáritas Internationalis envía un mensaje al Foro Global sobre Migración y Desarrollo que se celebra en Estocolmo hasta 16 de mayo
En un mensaje dirigido al Foro Global sobre Migración y Desarrollo, que tiene lugar en Estocolmo del 13 al 16 de mayo, el presidente de Caritas Internationalis, cardenal Oscar Rodríguez Maradiaga, asegura que “la migración y el desarrollo son dos importantes realidades entrelazadas, cuya influencia mutua es un factor indiscutible” y que “el desarrollo no se puede reducir a un mero crecimiento económico, que a menudo se consigue sin pensar a los pobres y vulnerables”.
Representantes de las Cáritas de Senegal, Líbano, Holanda, Noruega, Suecia y de Cáritas Europa participan en la reunión.
Representantes de las Cáritas de Senegal, Líbano, Holanda, Noruega, Suecia y de Cáritas Europa participan en la reunión.
Este es el texto íntegro del mensaje del cardenal Maradiaga:
«La migración por el desarrollo
La migración y el desarrollo son dos importantes realidades entrelazadas, cuya influencia mutua es un factor indiscutible. El desarrollo no se puede reducir a un mero crecimiento económico, que a menudo se consigue sin pensar a los pobres y vulnerables. Sin embargo, un mundo mejor será posible solo con atención especial a la dignidad humana; si la promoción humana es integral, teniendo en cuenta todas las dimensiones de la persona, incluyendo la espiritual; sin olvidar a nadie como, por ejemplo, a los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados y los extranjeros (cf. Mt 25:31-46); si nos demostramos capaces de dejar a nuestras espaldas una cultura del usar y tirar, y abrazamos otra del encuentro y la aceptación.
Con ocasión del Día Internacional del Migrante y el Refugiado 2014, el Papa Francisco evidenció que “los emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad” (Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor, 2013). “Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”. Hoy en día, más de 230 millones de personas emigran de un país a otro o se desplazan dentro de sus propios países y zonas geográficas. Estos números indican el mayor desplazamiento de población de toda la historia. La Iglesia acompaña a los migrantes y refugiados en su viaje, buscando comprender las causas de la emigración. Así mismo, trabaja para mitigar sus efectos negativos y reforzar su influencia positiva en las comunidades de origen, tránsito y destinación.
La realidad de la migración debe ser enfocada y abordada de una manera nueva, equitativa y eficaz. Más que nada, este asunto exige la cooperación internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión, que son principios esenciales para diseñar la agenda internacional del desarrollo post-2105. Es fundamental la cooperación a los diferentes niveles para incluir la adopción de políticas y leyes cuyo objetivo sea la protección y promoción de la persona humana.
El Papa Benedicto XVI esbozó los parámetros de dichas políticas, declarando que “esta política hay que desarrollarla partiendo de una estrecha colaboración entre los países de procedencia y de destino de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadas normativas internacionales capaces de armonizar los diversos ordenamientos legislativos, con vistas a salvaguardar las exigencias y los derechos de las personas y de las familias emigrantes, así como las de las sociedades de destino”. (Caritas in veritate, 62)
Conseguir que las iniciativas de migración faciliten el desarrollo exige que los países se ayuden entre ellos, en un espíritu de voluntad y confianza. Dicha cooperación empieza con los esfuerzos de cada país por crear mejores condiciones económicas y sociales en el propio país, de manera que la emigración no sea la única alternativa posible para aquellos que buscan paz, justicia, seguridad y el pleno respeto de su dignidad humana. La creación de oportunidades de empleo en las economías locales evitará también la separación de las familias y asegurará que individuos y grupos puedan disfrutar de condiciones de estabilidad y serenidad. Así mismo, implica que los migrantes y las diásporas sean actores reconocidos del desarrollo.
Por último, al considerar la situación de los migrantes y los refugiados, nos unimos al Papa Francisco en su exhortación a eliminar prejuicios y presuposiciones al enfocar la migración: “En esto se necesita por parte de todos un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”– a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor”. Nosotros mismos tenemos que ver, y luego ayudar a que los demás lo vean, que los migrantes y refugiados no son un problema que hay que resolver, sino hermanos y hermanas con esperanzas, sueños, aspiraciones, destrezas y talentos. Deberían ser bienvenidos, respetados y amados. Ellos son una ocasión que nos brinda la Providencia para ayudarnos construir un mundo más abierto, justo y fraterno.
Hay que creer que somos una familia humana y que cada miembro debería tener la oportunidad de vivir y desplazarse a otro país y ser respetado.»