Este año celebrar el día de Caridad tiene un sentido diferente y especial. La pandemia mundial que ha generado el coronavirus nos ha obligado a disponer de nuestras vidas de una forma inimaginable hace tan solo unos meses. Los hábitos cotidianos, la forma de relacionarnos y la gestión de nuestras emociones nos han desbordado. La enfermedad, la muerte de nuestros seres queridos y el aislamiento han dejado paso a la inseguridad económica y laboral, a la falta de recursos básicos, a la pérdida de empleo o a los ERTES. Emerge una sociedad mucho más frágil y vulnerable con una hoja de ruta más llena de incertidumbres que de certezas.
Sin embargo, es desde esta fragilidad desde donde hemos visto brotar miles de gestos solidarios llenos de caridad, de ese amor gratuito que nace del corazón de forma libre y desinteresada sin esperar nada a cambio.
Como Iglesia, como comunidad cristiana, tenemos el reto de acompañar y cuidar la fragilidad y también cultivar la solidaridad emergente para que no se quede sólo en una reacción ante la amenaza compartida sino en una forma nueva de ser y estar en el mundo.
EL PODER DE CADA PERSONA. Tenemos grandes retos por delante que no podemos abordar solos, ni como individuos ni como organizaciones de forma unilateral. Necesitamos dibujar en común nuevos escenarios de vida y posibilidad para todos, y generar espacios de encuentro para sanar juntos.